martes, 16 de junio de 2015

LAS COSAS PEQUEÑAS


En un mundo tan trascendental, complejo, contradictorio, injusto, duro e implacable (añadan ustedes sus propios calificativos) como el que vivimos, las cosas menudas y las pequeñas historias cobran a veces una dimensión más justa. Así, dos películas sobre lo que pasó en dos restaurantes, uno americano y otro francés, o dos libros  que relatan las desventuras de unos jóvenes alemanes y una francesa ciega durante los años treinta en el arranque de la Alemania nazi y la segunda gran guerra, pueden ocupar, en nuestra atención, el espacio que solemos reservar para las grandes producciones cinematográficas y los títulos de mayor difusión de la industria editorial.

A mí me ha pasado al ver las comedias estadounidenses Chef  y Un viaje de diez metros, que cuentan las desventuras de un ambicioso cocinero norteamericano que cae en desgracia y descubre la grandeza de lo más sencillo, hablo de la primera, mientras que la segunda, que ocurre en Francia, sitúa al espectador en un plano bastante surrealista en el que una familia llegada de Bombay decide salir adelante abriendo un restaurante hindú situado -así lo ha querido el guionista- frente a un elitista establecimiento galo que espera que su segunda estrella Michelín le llegue como caída del cielo.

Al apagar el televisor me fui a la cama con sensaciones diferentes a las que acostumbro a tener cuando acaban las películas más taquilleras y disfrutas con los papelones de las grandes estrellas cinematográficas. Ni mejores ni peores, sino simplemente distintas, bastante más serenas, sin entusiasmos, pero con mis pensamientos diciéndome  que esas historias de segunda división comercial merecen mucho la pena. Pocos platós, contados efectos especiales por no decir ninguno y bastante, mucho talento de quienes han trabajado en la película. Y al día siguiente, como ahora hago, comienzo a recomendar lo que he visto a quienes están cerca de mí hasta que alguien me dice que ya se lo había comentado el día anterior.

Con los libros, aunque bastante distinto, me ha pasado otro tanto en los últimos meses al leer La luz que no puedes ver , del norteamericano Anthony Doerr, Pulitzer 2015, que cuenta los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial a través de dos protagonistas muy secundarios en el conflicto, una joven ciega refugiada en la bretona Saint Maló y un adolescente alemán al que los nazis sacan de un orfanato para sumergirle, sin éxito,  en la locura colectiva de aquel momento.

En Hermanos de sangre de Ernst Haffner se detalla la vida trágica de unos jóvenes alemanes que sobrevivían en el Berlín entre las dos grandes guerras. La obra, que ha estado encerrada en un cajón desde que los nazis impidieron su publicación tras hacer desaparecer al autor, es un canto a la amistad en un entorno de miseria. Grandeza humana en un mundo de desastre.

Estas dos obras, junto con Nos vemos allá arriba , del francés Pierre Lemaitre, premio Goncourt 2014, me han regalado una visión de las guerras europeas que en parte ya tenía, pero que no había tenido ocasión de ver desde la gran sensibilidad de estos escritores.

Por ello creo, tras darle esta pensada a lo de mis películas y a lo de los libros que he leído, que no está nada mal que haya quien se detenga y convierta en grandes esas pequeñas historias sobre personajes que podemos encontrar en la calle cada día, o desentrañe, al escribir sobre ellos, los últimos capilares de los grandes desastres de la humanidad y podamos así tomarles  la auténtica medida, más allá de lo que cuentan los libros de historia, que apenas se detienen en las minucias más interesantes.

Javier ZULOAGA