“A falta de
fundamentos políticos serios, quieren emular a Lluís Companys cuando proclamó
el estado catalán en 1934 y apalancarse de esa manera en la épica de la historia nacionalista. Sólo
así se entiende lo que está pasando”
La frase es de un buen amigo que se devana los sesos
pensando si lo que está ocurriendo aquí, en Cataluña, tiene vuelta atrás, lo
cual es bastante improbable por mucho que diga lo contrario mi lendakari, Iñigo
Urkullu, en sus últimas apariciones
Durante nuestra educación infantil y adolescente, las
personas corrientes nos hemos detenido al descubrir momentos de gloria, de
arrojo personal, de heroicidad y por todo ello de gran trascendencia
histórica…aunque esto último dependía
siempre del trasluz que filtraba la óptica de quienes nos contaban la
historia. Así fue posible que al llegar a la madurez descubriéramos que no
todos los héroes lo eran, ni tampoco los villanos.
Hoy, en Cataluña, vivimos un capítulo de nuestra historia
que será reflejado en el futuro con mayor o menor acierto, todo dependerá del
color del cristal a través del que se recuerde lo que pasó en 2017, pero que ya
tiene, según pienso yo también, todos los rasgos de esa épica.
Sí, la épica que levanta entusiasmos si quienes los dirigen
son duchos en el oficio de las emociones, que también provoca angustias sordas
y temores y que puede acabar finalmente
dividiendo a la sociedad de forma traumática.
Y la épica encuentra en esta ocasión sus raíces, como casi
siempre ocurre, en un hito próximo que está en la memoria colectiva y que
debidamente acompañado por otros de
menor rango, o menos conocidos, acaban formando la base y el sustento del nuevo
sueño que se quiere alcanzar.
Cuando sigo de cerca, con temor y mucha preocupación, lo que está pasando en
Cataluña, no puedo evitar caer en la ficción, tal vez porque soy novelista y también porque el relato de lo que está
pasando tiene tintes electrizantes para unos –que son muchos- acongojantes para
otros –que no son menos- y el complemento de la sobrexcitación permanente.
¿Acabarán–o tal vez buscan- ser el revival de Lluís
Companys?, me pregunto yo también cuando recuerdo al expresident de la Generalitat cuando el Gobierno de la República ordenó
su cese en 1934, tras la proclamación del Estado Catalán. Hechos consumados
frustrados pero históricos al fin y al cabo.
Es sólo una elucubración posibilista, pero encaja mirando lo
que ocurre desde cierta distancia, lo cual no es desde luego fácil.
Les recomiendo un libro, “Barcelona, mil años de historia”
(Península) del profesor de historia en la Universidad de Londres, Felipe
Fernández Armesto. Sí, es hijo del inolvidable Augusto Assía, corresponsal de
“La Vanguardia” en Londres durante largo tiempo.
El autor lleva al lector a la evidencia de que las
relaciones de Barcelona –y por extensión de Cataluña- con las coronas de Aragón
y Castilla y posteriormente con España, nunca fueron fáciles. Era la rivalidad
misma de una ciudad pujante económicamente –y muy inquieta- contra el poder
centrípeto, el mismo que destila Eduardo
de Mendoza en “La Ciudad de los Prodigios” cuando novela acerca de la Exposición Universal de Barcelona de 1929.
Si, Madrid-Barcelona, o Barcelona-Madrid, siempre han estado
ahí, mirándose con recelo y preguntá
ndose cuál
será la próxima jugada. Y esto no es bueno ni malo, es simplemente así, como lo
han sido las rivalidades de las principales urbes del mundo con sus capitales
políticas-
De eso no se muere nadie, o tal vez sea mejor decir que de eso
no debería morir nadie y es simplemente un suma y sigue de la historia de las
diferencias…Si, me digo, pero el mundo ha cambiado, las fronteras económicas se
están evaporando y los países modernos se mancomunan –no todos- para afrontar
los principales problemas que tenemos delante.
¿Cómo ha sido posible entonces –me pregunto- que todo haya
ido tan mal?
Estos días vemos las imágenes de los JJ.OO. 1992 de
Barcelona y aparecen ya las primeras muestras del independentismo catalán.
“Freedom for Catalonia” en San Martín de Empurias, dio la vuelta al mundo de
forma aparentemente minúscula, pero sutilmente elocuente. Allí estaban los
cachorros del independentismo catalán mientras el nacionalismo convergente
cumplía formalmente con el protocolo olímpico.
El independentismo catalán latía y lo siguió haciendo
consciente de sus limitaciones hasta que le pusieron a su alcance la invocación
al honor y el recurso a la épica. Sí, en 2006, con el nuevo estatuto de
autonomía aprobado y recurrido y una sentencia del TC que los más radicales no
acabarán de agradecer. “Cataluña es la única comunidad autónoma que no se
autogobierna con un estatuto propio”, ha dicho un barón socialista
recientemente.
Cuatro años de espera a una sentencia que, al margen de la
letra de las leyes, levantaba ampollas en quienes habían votado a favor del
nuevo marco en el referéndum y siete años de desatinos e incapacidades de la
clase política y no pocos oportunismos. Pongan ustedes estos tres términos en
el orden que quieran, pero con todos ellos algunos han alcanzado la épica
buscada y otros nos echamos las manos a la cabeza
Javier ZULOAGA
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