El lugar recuerda a los parajes que Eduardo Mendoza describe
en “La Verdad del caso Savolta" y desde el mirador del jardín se vislumbra la casa en la que vivió Joan
Maragall y se intuye la cercanía del final de la calle Carrasco y Formiguera,
que acaba su corto recorrido en las puertas del Colegio San Ignacio, tras
arrancar, pocos metros abajo, en el
Paseo de la Bonanova.
Es una calle sin salida, como la vida misma de quien le da
nombre, un católico con ideas propias, nacionalista venido de la Lliga,
democristiano y padre de Unió
Democrática, que las recibió desde todos los lados y colores, el acoso de los anarquistas
en Barcelona y el fusilamiento puro y duro de un pelotón que
ejecutaba, en 1938, la sentencia de un tribunal militar de la Cruzada
victoriosa. Si, de la Cruzada.
No sé si Rosa me
trató de “señor” o yo quiero idealizar que me dijo “joven”, pero
consiguió que le prestara atención.
¿En qué año debió nacer?, me dije….1909 el mismo en el que Barcelona
vivió su semana más trágica, cuando los barceloneses que no podían librarse de
ir a la guerra de África con el pago de una cuota, los que menos tenían, dijeron “basta” a la movilización de
reservistas.
Altercados en las calles,
saqueos, muertos y una represión del Gobierno del conservador mallorquín
Antonio Maura que aplastó la protesta, pero no pudo borrar el sentimiento de indignación
de las clases más empobrecidas.
Fue también entonces, cuando mi amiga Rosa comenzaba a dar sus primeros pasos,
pero sin ser aún consciente de lo que le rodeaba, cuando la convulsión social
aumentaba, día tras día, desde la chispa de la huelga general 1902, en la que
murieron catorce obreros en Barcelona; y
cuando España aún seguía sin digerir que los yanquis nos birlaran Cuba y se nos
fueran de la mano casi todas las colonias.
Los libros de historia dicen, sin embargo, que todo aquello provocó el
nacimiento del inconformismo que acompañó a aquellas plumas y cabezas
pensantes reunidas en la Generación del 98, que con sus obras y sus debates de
café hicieron más difícil que España languideciera peligrosamente hacia el
fatalismo, aunque finalmente lo hiciera. Es decir, cuando Rosa crecía y comenzaba a ir
al colegio, España dejaba de ser una metrópoli, lo de Marruecos apuntaba mal, Barcelona hervía
socialmente y Cataluña comenzaba a ser
el vecino peleón de España.
Sí, era así de
negro pero, sin embargo, había luces para la esperanza. El pensamiento, la
reflexión y la inquietud cultural cobraban gran fuerza, de la misma manera que la llamada sociedad civil tomaba la iniciativa
como nunca antes se había visto. Recuerdo que en 2004, cuando trabajaba en el
Departamento de Comunicación de “la Caixa”, explicábamos en un dossier de
prensa conmemorativo que, en 1904, cuando Moragas y Ferrer Vidal pusieron los
cimientos de Caja de Pensiones, lo hicieron con el empuje y la iniciativa de los sectores más inquietos de la burguesía
de la ciudad de Barcelona, que tomaron conciencia de que era necesario corregir
algunos excesos de aquel sistema que no acababa de funcionar. Y no hicieron
leyes porque no les correspondía, sino que pusieron fil a l´agulla (hilo a la
aguja) para que las cosas comenzaran a tirar.
Cuando vuelva
encontrarme con Rosa, mi amiga del palacete de Sant Gervasi, no pienso
preguntarle nada de toda esta historia gloriosa, no vaya a ser que se le vaya su gran sonrisa.
Javier
ZULOAGA
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