Anoche tuve un sueño, pero no pegué ojo. No es una
contradicción, porque fue así, me explico.
Yo era un enano de gran altura, Les miraba desde muy abajo
pero lo hacía todavía con un poco de dignidad. Tanto era así, que había
momentos en que me sentía tan gigante como ellos.
El enano, yo, se colaba con sus diminutas zancadas entre los
bosques de piernas implacables de la gran jungla ciudadana. Allí arriba, en las
cabezas de todos ellos, debía estar la explicación a que mi brújula anduviera
loca. La verdad del suelo, la del sentido común, la de la vida real, nunca
sobresale por si misma. Únicamente ocurre así cuando desde arriba se la toma de
las orejas para, debidamente pasada por la cosmética del marketing de las cosas
públicas, se la pone en escena como si hubiera estado allí desde siempre. Pero no, nunca lo toman todo, sino la parte que más conviene.
Enano, “El ciudadano”,
estaba –en mi sueño- perdiendo la
memoria, ya no se acordaba de los principios ni de los valores, de aquella
línea que separaba lo correcto de lo incorrecto y…esto ya era peor, no
conseguía adivinar cómo serían las cosas el día siguiente.
Se sentía solo pero sabía que él no era el único, porque
allí arriba, en las cabezas de aquellos prohombres de mayor altura y cultura
que la suya, se estaba volviendo a separar lo conveniente de lo inconveniente,
se estaban reinventando las reglas, aquellas que él y los otros enanos deberían
cumplir con convicción aunque no las entendieran.
-¿No ha fallado el sistema?- preguntó en mi sueño un
liliputiense imprudente y lenguaraz que se escondía bajo un banco callejero
para que no le pisaran las enormes botas de los prohombres.
Iba a responderle, pero sentí acercarse la sombra de un zapato, que del tacón a la puntera me doblaba en altura, comenzaba a aplastarme…y
no pude ver nada más porque todo era un sueño que parecía real.
Que duermen ustedes bien este verano.
¡Hasta septiembre!
Javier ZULOAGA
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