En este blog, Venezuela siempre ha tenido espacios
destacados. Puede ser que tenga algo que ver que una parte de mi familia
paterna emigró a aquel país tras la Guerra Cívil –el hermano mayor de mi padre está enterrado en Caracas- y nuestro apellido
suena casi más allí que aquí y coinciden los nombres del que fuera Gobernador
de la colonia de Venezuela en el siglo XVIII, Gabriel Zuloaga y Moyúa, con el
del editor de Globovisión, que hace pocos días tiró la toalla de la información
frente al empuje, mejor llamarla coacción, de la revolución populista creada
por el desaparecido Hugo Chávez.
"La
Gran tentación", que publiqué el pasado mes de octubre contiene mis
opiniones sobre lo que ha pasado en Venezuela desde Chávez entró en escena,
incluidas las responsabilidades de quienes le precedieron y dejaron que todo se corrompiera hasta el punto que el
mesianismo pudiera apalancarse en un sistema político al que aún le queda
recorrido. No me extenderé más.
Hoy mi reflexión
viene animada por la rápida sucesión, inmediata en el tiempo, de la
muerte del líder venezolano y la elección, como Papa, del argentino Jorge Mario
Bergoglio. Es el primer pontífice no europeo y hasta su elección estaba al
frente de la diócesis de Buenos Aires. Jesuita y por ello compañero de algunos
miembros de la Compañía de Jesús que no dudaron en defender un papel de la
Iglesia más comprometido socialmente.
Tiene verbo fácil y espontáneo, lo que puede significar que
dice lo que piensa. El Papa Francisco viajará en Julio a Brasil para presidir
la Jornada Mundial de la Juventud y en el Vaticano dan como probable que se
acerque también a Buenos Aires.
Seguro que en las democracias populistas de América andan
con la mosca detrás de la oreja porque sus dirigentes saben bien de la buena
cosecha que suele reportar la manipulación de los sentimientos, ya sean étnicos
como en Bolivia o revolucionarios de corte historicista como en Venezuela. En
Argentina también saben, quizás los que más, cómo un pueblo sigue a un líder y
de qué manera sus herederos sacan buen provecho de la nostalgia, como si la
vida fuera un tango.
¿Hubieran preferido un Papa italiano, alemán o de Quebec?
Pues seguramente si, de la misma manera que la elección de Karol Wojtyla, al
que tuve la oportunidad de conocer en 1972 cuando era Arzobispo de Cracovia,
hizo temblar los fundamentos de Europa del Este.
Con Francisco como pontífice, las multitudes latinoamericanas
van a prestar mayor atención a lo que se diga en Roma, en donde un hijo de
emigrantes italianos llegados a Buenos Aires hace poco más de un siglo, uno de
los suyos, se va a convertir en referente ético de los católicos de América y
de sus gobernantes. Es decir, de casi todos, por no decir todos.
La muerte de Chávez, que el aparato bolivariano envolvió en
religión para darle una pátina que convertía al presidente en una suerte de santo
o apóstol de los pobres, lo tiene ahora un poco más difícil, ya que hasta las
viviendas más marginales de Caracas, con televisión seguro, van llegando los
gestos de autenticidad social en los que la Iglesia no se había prodigado en
los últimos tiempos. Los populistas pueden perder un espacio que habían
invadido sutilmente o de forma descarada y la Iglesia recuperarlo.
Y tal vez por ello, lo de embalsamar el cuerpo del difunto y
exponerlo junto al Libertador Bolívar como legado letal para las siguientes
generaciones, parece que va perdiendo fuerza, aunque seguro que en esta
evolución hacia la normalidad, puede haber influido el sentido común de no
pocos chavistas, una vez el intelecto empezó a sobreponerse a sus emociones.
No, Chávez no se parece en nada a Gandhi… que además fue
incinerado.
Javier ZULOAGA
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