Estudiábamos en el colegio que la Edad Contemporánea es
aquella que comenzó con la Revolución Francesa y ha transcurrido hasta nuestros
días. Más de doscientos años plenos de acontecimientos. Dos guerras mundiales,
la última con final nuclear; las revoluciones industrial y tecnológica; el
nacimiento de una clase media poderosa; la apariciónde nuevas naciones como
consecuencia de la emancipación de las colonias; el bochornoso saqueo europeo
de África; el final del sueño de Lennin, el laberinto del Mediterráneo árabe y
judio… (puede el lector añadir todo aquello que le venga a la cabeza y que toda
seguridad está en el tintero) y nos encontramos frente al dilema de qué debería
ocurrir para pasar de la Edad Contemporánea y dar paso a la siguiente, cuyo
nombre es ahora imposible imaginar.
Me cuesta aceptar que durante los últimos cincuenta años, no
se hayan producido acontecimientos o fenómenos de suficiente naturaleza para
pasar otra gran página en el libro de las edades de la Historia.
Vivimos en 2013 y tengo el presentimiento de que ya estamos en
las vísperas, porque el escenario en el que nació la actual edad histórica hace
ya aguas por demasiadas vías y, sobre todo, porque se están deshaciendo como
azucarillos aquellos principios de la Vieja Europa –tal vez deberíamos comenzar
a hablar de la Europa Vieja- que arrancaron con el estado moderno que los
franceses exportaron al mundo que quería ser civilizado.
Los diarios de esta semana ponen sobre papel lo que François
Hollande ha dicho en la entrevista que le han hecho el canal France 2. El
presidente de Francia, en horas bajas de popularidad según las encuestas, no ha
tenido empacho en hablar claro y duro, tal vez porque sabe que poco puede
perder y que los ciudadanos –los suyos y en general los europeos peor parados-
andan hambrientos de palabras claras.
Dice Hollande que la austeridad, se sobrentiende que apunta
con diplomacia a su gran matrona alemana y aliados económicos adyacentes, puede
condenar a Europa a la “explosión”. Más populismos, extremismos, neonazismos y
sobre todo egoísmos nacionales. Todos ellos mucho más letales que la penuria
misma. El Presidente de Francia ha puesto el dedo en la herida pocos días
después de que en el Reino Unido se repitieran los anuncios de que en sus
hospitales no hay tiritas para todos los europeos y que por sus fronteras puede
comenzar un mayor control para los ciudadanos de la UE. O de que Jeroen
Disselbloem, holandés que preside el Eurogrupo, nos metiera el miedo en el
cuerpo a los europeos al decirnos que lo de lo de incautación de los depósitos
chipriotas es sólo un botón de muestra dentro de la UE.
Han sido días en los que algunos hemos empezado a
preguntarnos si lo de Italia, en donde un asambleario Grillo quiere mandar, sin
gobernar, después de llamar puteros a los políticos de los partidos de siempre y exigirles que dejen de “dar por culo” con su
búsqueda de la gobernabilidad, es la toma de La Bastilla que también buscan
otros alternativos, que aunque moderen un poco más su forma de predicar, lo que quieren es poder decir que son los representantes únicos de los malparados. El
monopolio de la miseria.
No sólo algunos dementes democráticamente elegidos –en la
historia más de uno ha llegado a ser muy poderoso- vomitan en lugar de razonar,
sino que quienes piensan cómo salir de este atolladero empiezan a hablar claro,
aunque no lo hagan del todo. ¿Cuánto tiempo tardará Hollande en apuntar por su
nombre a Angela Merkel por querer salvar los dedos de los créditos que su país no
puede cobrar en las miserias económicas de quienes precisamente auparon con
generosidad a Helmut Khol en 1989, cuando la suma de la economía de las dos Alemanias
se venía abajo con la caída del Muro de Berlín?. ¡Ojo a la historia!
Hace pocas semanas, en Barcelona, el Vicepresidente europeo
Joaquín Almunia, decía en el Círculo Financiero de “la Caixa” que Europa era la
solución, pese a que sus árboles problemáticos no nos dejen ver el bosque. No
sé, pero cuando le oí me sentí fugazmente animado, pero miro ahora an mi alrededor
y veo cómo el Viejo Continente, además de viejo, no es ya la panacea, ni el
epicentro del mundo y que tal vez haya que comenzar a escuchar lo que dicen
desde Suráfrica las potencias del BRICS, Brasil, Rusia, India, China y
Surafrica. Sí, aquellos países que no contaban para casi nada hace cincuenta
años, cuando el Viejo Continente tenía menos achaques.
Javier ZULOAGA
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