El profesor Fuentes Quintana, el gran teórico de la política
económica de los gobiernos de UCD, dijo en una ocasión que con el Acuerdo
Económico Preferencial de España con la CEE, 1970, España entró en Europa,
mientras que con el Acta de Adhesión, 1 de enero de 1986, fue Europa la que
entró en España. La cosa tiene su miga, más aún con la que está cayendo y se me
ocurre que si el político no hubiera muerto y repitiera esa misma frase hoy,
generaría una buena polémica.
Alberto Ullastres, tecnócrata del franquismo, de la misma cuerda
de aquellos ministros del Opus Dei que durante no pocos años llevaron las
riendas económicas del Régimen y que perdieron fuelle a raíz del famoso “Caso
Matesa” (los más jóvenes pueden buscar con el Google para situarse en aquel
escándalo político y económico), mantuvo encendida la esperanza de que España
algún día estaría con quienes
fundaron la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Fue nuestro primer
embajador en Bruselas.
Para Franco, que ya le costó lo suyo que el Presidente de
EE.UU., Ike Einsenhower, viajara a Madrid, dar carpetazo a la autarquía de la
Postguerra y conseguir que el plan Marshall no fuera más que una película,
Europa era algo imposible y por ello anduvo con Bruselas como lo ha hecho
Marruecos durante los reinados de Hassan II y Mohamed VI. Éramos el califato
del Sur de los Pirineos y colábamos todo lo que nos dejaban, mercancías y emigración hacia una Europa que abría sus fronteras internas y generaba
prosperidad.
Iniciada la Transición y evidenciada su fragilidad con la
intentona golpista del 23-F, el gobierno de Felipe González tuvo que negociar,
desde la debilidad, aquella adhesión que Fuentes Quintana, como decía líneas
arriba, leyó en trayecto inverso. Es decir, que fue Europa la que entraba en
España. Le he dado vueltas al asunto y me han venido algunos recuerdos.
Había que entrar y no hacerlo más tarde que Portugal –lo
hicimos juntos el 1 de enero de 1986- gracias
a esa decisión política los sueños involucionistas quedaron diluidos en un país
que además se integraba en la Otan, pero tuvimos que pagar el desarme, ¿el
derribo?, de una estructura económica que hoy, 27 años después, me producen, al
menos a mí, cierta nostalgia y algunas dudas sobre la bonanza final de la
historia, si es que los más catastrofistas sobre la UE acaban teniendo la
razón.
La incorporación de España a la CEE fue dura para el sector
primario español por las reticencias francesas e italianas hacia la agricultura
española y el aceite. Se impusieron periodos transitorios a aquellos productos
en los que resultábamos competitivos y en general en aquellas cuestiones en las que eramos un moscardón, incluida la libre circulación de los trabajadores
y la pesca, que obligó a amarrar en más de una ocasión a las flotas de altura.
Es cierto que hubo compensaciones muy importantes, de
carácter estructural, que España hubiera tardado mucho en concretar en
solitario, pero es discutible y por ello defendible, que nuestra economía se quedó
un tanto desnuda al desaparecer no sólo buena parte de su tejido agrario, sino
también el industrial de dimensión mediana , algo parecido a lo que ahora llamamos
Pequeñas y medianas empresas. Y nuestra artesanía quedó casi atrapada en los
museos antropológicos.
Conozco un caso de éxito “emprendedor”, ¡palabra mágica!, que se sostiene en la rehabilitación de
telares de la vieja Cataluña textil, para su exportación a países que progresan
en América o en Asia. Nuestras cenizas renacen, de esta manera, en lugares en donde los trabajadores siguen
donde estaban quienes les enseñaron a sobrevivir y no han sido absorbidos
laboralmente y con una mínima especialización, por un modelo económico en el que la materia prima son el ladrillo y el
hormigón, que como todo el mundo sabe no son ni exportables ni sirven para
alimentarse, sino para todo lo contrario si la burbuja estalla.
He buscado consuelo en las páginas de los diarios y he ido
parar a la crónica de Isidre Ambrós en “La Vanguardia” del domingo 14 de abril,
"El
país del Sol Naciente recupera la sonrisa". Nos cuenta cómo en Japón,
tras la llegada del actual Primer Ministro, Shinzo Abe, las cosas pintan mejor
tras quince años difíciles por la deflación y los desastres naturales. ¡Lean la
crónica, merece la pena!. Nuestros Nini
son allí Niños que nunca han conocido el
crecimiento económico. Las exportaciones han recuperado su tradición tras
la devaluación de un 20% del yen, la bolsa ha subido un 20% y la gente vuelve a
hablar, incluso, de subidas de sueldos.
Ese optimismo, cuenta Isridre Ambrós, hace que resulta cada
día menos abrumador el endeudamiento del 200% del PIB japonés, el más alto del
mundo industrializado y que los ciudadanos confíen en un político cuya
popularidad ha aumentado más de un 70% por tercer mes consecutivo,
pese a los paquetes de medidas que se propone abordar, que serán duros.
¿Vale la comparación?
No. Japón no es Europa.
Javier ZULOAGA
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