“Un médico clínico es básicamente
una persona que escucha historias de pacientes. Y esta actividad es una fuente
inagotable de experiencias vitales y de preguntas sobre la vida misma.
Formo parte de una familia de 6 hermanos
que tuvimos la suerte de tener un padre que era un gran científico: Premio
Príncipe de Asturias de Química, nominado en diversas ocasiones a Premio Nobel
por su descripción de los radicales libres inertes. Persona siempre abierta a la observación, a una
visión crítica de lo que está aparentemente consolidado, a lo que no encaja con
los paradigmas establecidos, a las ranuras por donde se pueden entrever nuevos
mundos…
…Me formé en la medicina
hospitalaria. En el Hospital Vall de Hebrón durante 4 años, en Londres durante
otros 4 como director de una departamento de Ecocardiografia, en el Hospital de
Sant Pau 18 años como director médico del Programa de Trasplante Cardíaco y
como Jefe de Servicio de Cardiologia de Lleida y catedrático de Cardiologia de
la UdL.
En éste ámbito hospitalario, el
diagnóstico y reparación del cuerpo físico es lo urgente: un by-pass coronario,
un recambio de válvulas, un trasplante, una trasfusión, la recuperación de un
paro cardíaco, el tratamiento de una insuficiencia cardíaca, etc..
Ello requiere un conocimiento preciso de la
anatomía, fisiología, bioquímica, biología molecular.. para entender los
mecanismos por los cuales el cuerpo orgánico enferma. Conocimientos que han
sido el resultado de desmenuzar el cuerpo: los órganos, tejidos, células, hasta
sus últimas ramificaciones, los genes. Hace 14 años pusimos en marcha un grupo
de investigación en Biologia Molecular en Lleida dedicada a la muerte celular
programada, la denominada apoptosis, que consiste en la muerte silenciosa de
las células que ya no sirven para que las células que proliferan las
reemplacen. Es un estado de regeneración constante, precisa e impresionante del
cuerpo físico...
Los genes mueven toda esta
maquinaria del cuerpo humano. Y lo hacen a base de sintetizar proteínas, que es
básicamente su función. En la
Facultad de Medicina, cuando nos formábamos, el brillante
profesor de genética nos advertía que una vez supiésemos todo el genoma, las
enfermedades ya se podrían resolver con facilidad.
Ahora ya se ha descrito el
genoma. Sin embargo, éste conocimiento no nos ha permitido ni entender ni
solucionar los problemas de nuestros pacientes. Resolvemos las urgencias,
cuando el cuerpo físico se desmorona, cuando el edificio de nuestro cuerpo se
ha derrumbado, e ingresamos en el hospital. Allí apuntalamos al paciente, pero
no entendemos profundamente por qué el edificio se ha caído. Donde estaban las
grietas que han provocado la debacle.
Este estado de cosas se me hizo evidente
cuando hace 14 años dejé la medicina hospitalaria para dedicarme a la consulta
externa de cardiologia. Y de forma sorprendente, observé que prácticamente la
totalidad de los pacientes a los cuales atendía por primera vez como
cardiólogo, y que venían por palpitaciones, dolor torácico, arritmias, ahogo,
mareos, síncope ... no tenían enfermedad cardíaca orgánica; el
electrocardiograma y el ecocardiograma llevados a cabo en aquel momento eran
normales. De hecho esos mismos pacientes sospechaban que todas aquellas
manifestaciones eran debidas al estrés, a la angustia...
Y además estaban acompañadas de otras signos y sintomas que así lo
indicaban: cervicalgias, lumbalgias, insomnio, dolores articulares,
irritabilidad, desinterés por el trabajo y familia, problemas de conducta, crisis
de angustia, depresión etc... a menudo resultado final de tensiones acumuladas
crónicamente y precipitadas por un último acontecimiento.
Yo no estaba preparado para ésta
situación. Porque además, éstos pacientes eran trabajadores autónomos, y lo
primero que me advertían era que no querían tomar pastillas...Que hago yo sin
la farmacología, pensé? Y a pesar que las buenas palabras servían para mejorar
las situaciones, no resolvía el problema por el cual venían a pedirme ayuda.
Los libros de Medicina tampoco ayudaban: La angustia como tal prácticamente no
existe; como máximo se describe la crisis de angustia en el apartado de
enfermedades psiquiátrica.”
Esta fue una
parte de la presentación que el doctor Manel Ballester, cardiólogo y profesor
de su materia, al que conozco muy bien, pronunció cuando presentó, en la Casa
del Libro del Paseo de Gracia, el libro "Lo que tu luz dice", de Ana Maria
Oliva, http://www.anamariaoliva.es/.
El asunto se
me escapa de las manos, por ignorancia sobre el asunto, pero me atrapa por la
curiosidad. La energía, eso que no se crea ni se destruye, aparece ahí como un
elemento que existe desde que el mundo es mundo y lo hace con incursión
insolente dentro de la ortodoxia de la salud. Como lo hicieron, en sus
comienzos, las soluciones a enfermedades en las que nadie, o casi nadie, se
había detenido.
La
contraportadas de importantes diarios reciben, para que el lector se entere, lo
que Ana María Oliva –y su presentador Manel Ballester, cardiólogo catalán-
dicen sobre dolencias milenarias. Y en las librerías, la narrativa, la novela
histórica o el ensayo sucumben ante el interés del lector frente a lo más
apremiante. A la gente le gusta leer lo que otros sueñan pero se mete la mano
en el bolsillo cuando la tapa de un libro le dice que aquellas páginas le
pueden abrir los ojos en su problema, en el de su padre, su cónyuge o uno de
sus hijos.
El asunto va
de medicina, eso está claro, pero hace pensar, por su gran sentido común, que
tal vez pudiera ser provechoso para otras cuestiones. Sí, que en el fondo lo
que dijo el cardiólogo Ballester, cambiándole mínimamente el formato, se podría
aplicar a problemas de la vida cotidiana, los más peliagudos.
He pensado
–y no me extenderé mucho más porque no hay mayor elocuencia que la claridad de
lo que se dice con convencimiento y conocimiento- que no estaría mal que cada
uno en su oficio y su responsabilidad, reflexionara de esta manera. Ya fuera en
economía, en la vida pública o en aquellas cosas que, por su ejemplaridad, son
observadas por los ojos de los ciudadanos, muchos de ellos bastante
desesperados.
Sí, ya lo sé
que son cuestiones distintas, pero las actitudes reflexivas y mínimamente
autocríticas son polivalentes, por no decir universales.
No sé casi
nada de la física cuántica o medicina energética, ni las cosas que no se
estudian en la facultades de medicina, ni las que sí se estudian, pero me digo
si puede ser un síntoma, ójala, que se remuevan o ventilen los cimientos de
todas las piezas que componen el mosaico en
el que vivimos.
Javier
ZULOAGA
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