Nunca me había ocurrido. Hace tres días, acabé de leer “El
impostor”, de Javier Cercás y anoche me acosté con el propósito de escribir el
artículo mensual para mi blog sobre esta obra del autor de “Soldados de Salamina” y “Las
Leyes de la Frontera”, los escenarios de Rafael Sánchez Mazas y su buena suerte
cuando la Guerra Civil se acababa y de Zarco (El Vaquilla), por los parajes de la
delincuencia de Gerona.
El viernes publiqué unas pocas líneas sobre este asunto en
Diari de Sant Cugat, el semanario del pueblo-ciudad en donde vivo.
“En las reflexiones de
Cercás –publicaba- hay perlas
cultivadas, frases que hacen pensar y que han hecho que me sienta aludido como
autor de cuatro obras imaginadas, “el novelista sabe que la ficción pura no
existe y que, si existiera, no tendría el menor interés, ni nadie se la
creería, porque la realidad es la base y el carburante de la ficción” o esta
otra “el novelista sabe que hay que mentir con fundamento y por eso se
documenta a fondo, para poder reinventarse a fondo la realidad”.
Cercás
concede al novelista la legitimidad y la obligación de mentir, aunque no se se lo
perdona a quien lo hace en la vida real,
“es un vicio maldito”, dice el escritor.
Seguramente el lector sabe, y si no es así, puede que hoy vea aumentada su curiosidad, que el libro de
Javier Cercás trata de Enric Marco, aquel anarquista de la CNT y preso de los
campos de concentración alemanes que sólo existió en su imaginación. Cercás es duro con él, tanto que traslada al
lector sus dudas sobre si realmente debería haber escrito, o no, este libro,
pero creo que también es algo justo cuando encuentra la explicación de las mentiras
o fantasías de Marco al recordar las de Alonso Quijano antes de convertirse en
don Quijote de la Mancha.
Pero nunca me había ocurrido, como decía en la primera
línea, descubrir que sobre el asunto que proponía escribir, trataba el mismo
día, precisamente hoy, su artículo dominical de “El País”, Mario Vargas Llosa.
Se titula "La
era de los impostores" y pueden leerlo si pinchan en este enlace,
aunque sí que les pido que vuelvan a estas líneas, aunque para ello deban
descender de las alturas literarias y profundidad de los pensamientos del
maestro peruano.
A Vargas Llosa no se le rasgan las vestiduras por lo que ha leído
en el libro de Cercás, muy posiblemente porque tiene las emociones bien
curtidas con historias imaginadas y vividas y tal vez por ello le dice al
lector que “en la era del espectáculo que
vivimos, el histrión es el rey de la fiesta”.
Se pregunta el Nobel sobre las razones que pueden invitar a realizar
una pesquisa rigurosa como la que
Cercás ha llevado a cabo para
desenmascarar a Enric Marco y sentencia con toda la razón que todos los seres
humanos soñamos con ser otros, “con escapar de las estrechas fronteras dentro de
las que discurre nuestra vida” . Esa ansiedad por soñar que somos otros y
que vivimos una vida más atractiva es para Vargas una de las claves de la
literatura, del cine y todos los géneros que nos convierten en pasivos
espectadores.
El articulista de “El País” rompe una lanza por el audaz y soñador
protagonista de “El impostor” y le suelta una pequeña colleja a Cercás, cargada
de cariño, cuando dice que no ha querido que el impostor le resultara simpático
y que por ello le abruma a epítetos condenatorios a cada paso, olvidándose que
las buenas novelas convierten finalmente a los malos en buenos al “despertar en el lector (y aunque no lo
quiera en el propio narrador), un atractivo irresistible que vence y destruye
sus reservas o principios éticos o políticos y los transforma en empatía”
Confieso que he tenido dudas durante la lectura de “El
impostor”, tal vez influido por las que el propio autor proyecta sobre el lector, pero les digo que, tras leer a Vargas Llosa, creo que he utilizado muy
bien mi tiempo en seguir la historia de Javier Cercás. De verdad que me alegro.
Y les dejo aquí uno de los rasgos del artículo de “El País”
de hoy, cuando el autor describe al fabulador Enric Marco, “Su enfermedad es una enfermedad de nuestro tiempo, la de una cultura
en la que la verdad es menos importante que la apariencia, en la que
representar es la mejor, (acaso la única) manera de ser y vivir”
Javier ZULOAGA
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