Los periódicos acostumbran a publicar fotografías que sus
lectores envían porque les parecen curiosas. Las hay de todos los colores, un
coche mal aparcado, una acera intransitable porque una farola la parte por la
mitad, lo que queda de una bicicleta que su dueño ató con una cadena y un
candado, evidencias caninas de dueños que viven solos en su mundo interior, un
hombre a punto de ser devorado por contenedor de basuras…y muchas otras que
ustedes habrán visto al pasear por las calles.
Desde que los móviles compiten con la fotografía profesional
y la Sociedad de la Información crece imparablemente hasta hacer imposible que
un ciudadano que quiera vivir como tal casi no es nadie si no chatea en WhatsApp,
tiene una cuenta de correo, amigos en Facebook, colegas en Linkedin o
seguidores en Twitter, millones de imágenes vuelan cada segundo perdiéndose en
el inacabable universo de Internet.
Un vecino mío, en el Ampurdán, un norteamericano que se
llama Dave, me ha hecho llegar la imagen que hoy pueden ver junto a estas
líneas. Iba en bicicleta con su mujer cuando llegaron a las proximidades del
aeródromo próximo a la playa de Estartit, junto a la desembocadura del Ter y decidieron
detenerse porque comprobaron que a veces es verdad aquello de que una imagen
vale más que mil palabras.
Para el automovilista –y también para el ciclista prudente-
es más evidente y claro el mensaje del cartel artesano, el que está en el plano
inferior, en el que te dicen que mires a tu izquierda y a tu derecha cuando
pases por allí porque, si no lo haces, una avioneta te puede dar un susto o un
disgusto. Resulta más elocuente que la señal superior, la oficial, que es la
que se puede ver en todas las carreteras que pasan junto a aeropuertos.
La primera es algo más que una información, es un aviso de
que como no te andes con ojo, te la puedes jugar.
La imagen me ha invitado a pensar en lo importante que es
que las cosas, sobre todo las más trascendentales, sean explícitas. Pero me he
dicho, casi al tiempo, que vivimos en un mundo donde las afirmaciones ambiguas,
ya lo sean espontánea o calculadamente, tienen una presencia considerable y en
ocasiones abrumadora en el paisaje que nos rodea. Y he llegado a la conclusión
de que en este dilema no se salva nadie,
sea cual sea nuestro oficio y que tal vez por ello todos somos también un tanto incrédulos y no reparamos a veces en
que lo que estamos escuchando es auténtico.
Vamos, que nos lo
digan además ahora, cuando resulta difícil escaparse de grandes sueños de
igualdad social, de electrizantes emociones gregarias o de la creación, casi por
arte de magia, de millones de puestos de trabajo.
Faltan carteles explícitos y auténticos –como el de la
fotografía- pero esos, al menos durante unos meses, no interesan.
Javier ZULOAGA
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