Han pasado ya algunos meses desde que tomé un café en
Barcelona con la periodista Gemma Parellada ,
un buen referente para quienes estén realmente interesados en hurgar en la
realidad africana. La conocí en una cena en mi casa, hace siete u ocho años,
cuando acababa sus estudios de periodismo en la Universidad Ramón Llull. Cuando
decía lo que pensaba destilaba tanto
ímpetu como curiosidad por sumergirse en ese inmenso mar de la actualidad
africana, de la que los lectores nos enteramos únicamente cuando la tragedia de
la que nos hablan es inmensa. Pinchen y lean aquí algunas de sus crónicas
Durante el café de hace poco tiempo, hablamos precisamente
de eso, de la falta de rango que la actualidad africana tiene en los medios de
comunicación, en los que Africa pasa a un segundo, tercer, cuarto plano con
gran facilidad… o bien desaparece como
por ensalmo, como si en realidad lo ocurrido fuera una simple anécdota, para
dejar paso a otros problemas más cercanos geográficamente, de mayor interés
económico y menos incómodos, además, para la mala conciencia colectiva que los
europeos llevamos agazapada.
Animé a Gemma, como experta
en cuestiones africanas que es, a que peregrinara por los medios hasta
encontrar alguno que viera en unas páginas periódicas, ¿porque no semanales?,
la oportunidad para dar a los lectores una visión actualizada y regular de un
continente del que apenas sabemos nada hasta
que ha ocurrido algo espeluznante.
Nos despedimos, ella volvió a África y últimamente escribe
desde Madagascar, desde donde –entre otros temas- ha ido cubriendo las matanzas
radicales contra cristianos en Kenia. Yo seguí en mi despacho de Sant Cugat,
mirando lo que pasa en el mundo a través de la ventana de los medios de
comunicación y enriqueciéndolo con lecturas de buena narrativa sobre cosas que
pasaron o pudieron ocurrir.
Hace siete u ocho años y tras conocer a esta corresponsal, se despertó mi curiosidad por África. Leí y
escribí sobre Ébano,
de Kapucinski y descubrí lo que podía dar de si este blog para volcar mis
reflexiones. Poco después, en diciembre de 2007, colgué ¿Existe
Africa? que ahora he desenterrado al ver el marasmo de inmigrantes que, dia
a día, se ahogan o sobreviven frente a las islas de Italia.
¿Existe África?, me repito ahora y vuelvo a leer aquel
artículo, del que sin querer evitarlo, copio y pego alguna de sus líneas, ya
que al fin y al cabo las he escrito yo mismo. Recuerden que han pasado más de
siete años:
“Con
ocasión del Foro Social de Nairobi, celebrado en la capital de Kenia en enero
pasado, salieron esas paradojas numéricas que despiertan –sólo temporalmente-
las conciencias del mundo desarrollado. África tiene el 10,3% de la población
mundial y sólo el 2,2% de la renta de toda la Tierra.
El diario La
Vanguardia reproducía las declaraciones de Aminata Traeré, escritora y
exministra en Mali “Arrebatar la riqueza a la gente –decía- y después fingir
que le quieren ayudar. Nos roban por un lado, nos devuelven unas migajas y lo
llaman cooperación”. La activista africana recordaba los planes que Toni Blair
proclamó para solucionar los grandes problemas africanos al comenzar la cumbre
del G-8 en 2005. En aquella ocasión, el grupo de los países más
industrializados se comprometieron inicialmente a aportar 100 millardos de
dólares en los siguientes diez años, cantidad que se redujo a la mitad al
acabar el encuentro y se aplazó en cinco años –hasta 2010- el inicio de su
pago.”
Cuando publiqué este artículo, las avalanchas
migratorias hacia Lampedusa ya existían,
aunque eran bastante menores, por dos razones: porque en Libia existía un
régimen –ahora no hay ninguno- que controlaba los movimientos y maltrataba las
libertades de las personas y porque los flujos de terceros países,
centroafricanos y de Oriente Medio, principalmente Siria, estaban todavía en el
horizonte.
Kapucinski me llevó a Joseph Conrard y El corazón de las tinieblas, en una
edición prologada por Mario Vargas Llosa, que años después navegaría sobre el
mismo asunto del Congo en el El sueño del
celta. Menos mal que la inquietud literaria nos ha situado en lo que allí
pasó, para que la historia no lo entierre.
Y escribí: “el
prólogo de Mario Vargas Llosa sitúa al lector en las monstruosidades de los
belgas cuando hicieron del Congo una finca privada del Rey Leopoldo II “una
indecencia humana” según el maestro peruano, que no duda en situar a aquel
monarca en los niveles de inhumanidad de Stalin y Hitler, pese a que la vida
oficial de su tiempo le catapultó y condecoró como gran benefactor de los
negros, al tiempo que eran exterminados entre cinco y ocho millones de nativos.
Cuando uno lee el prólogo de Vargas entiende las dificultades que Conrard hubo
de sortear para que su libro viera la luz y que su lectura, a pelo, no sitúa el
lector en la auténtica dimensión de una tragedia que aún no ha acabado en
aquella antigua colonia, por el conjunto de sátrapas que la han gobernado desde
su independencia.
No han pasado muchas semanas desde que el primer
ministro italiano, Matteo Renzi, clamó en Bruselas, capital del país en el que reinó
Leopoldo II, para que la Unión Europea arrimara el hombro para detener la marea
humana que busca sobrevivir. Dicen que en las costas libias hay más de un
millón de personas esperando.
No he leído que se hayan tomado grandes decisiones,
además de reforzar la vigilancia costera italiana con unidades de otros países.
Por ello vuelvo la vista atrás en este blog y encuentro dos buenos
párrafos de entrevista publicada en El País con el Premio
Nobel de Literatura 1986, el nigeriano Wole Soyinka.
"La historia de
África fue perturbada por los cazadores de esclavos, tanto árabes como
europeos, que destruyeron cuanto había. Luego vinieron los imperios extranjeros
a explotar nuestras riquezas y, cuando se fueron, se sucedieron los conflictos
que provocaron para seguir conservando su dominio".
"Por cada cayuco
que llega a Europa con 100 africanos que arriesgan su vida por buscar una vida
mejor, debería salir otra embarcación en sentido contrario que llevara europeos
emprendedores a África. No tienen que mandarnos a sus criminales, sino a
aventureros que busquen nuevas oportunidades. Les aseguro que si se instalan en
Lagos, ya no querrán salir de allí".
Pues eso.
Javier ZULOAGA
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