Bajo esta etiqueta pueden colgar muchas situaciones, bien
distintas unas de otras, pero que se sostienen sobre el denominador común de
que lo que se detalla a continuación exige prudencia y tacto y que no puede
tratarse de cualquier manera o…si me apuran, que lo mejor es darle un par de
pensadas al asunto, no ir demasiado deprisa o incluso dejarlo estar, no
tocarlo, porque se nos puede ir de las manos o incluso detonar.
Si, lo mismo vale
para un roto que para un descosido, un asunto delicado es que Hacienda destape ese pufo que llevaba años agazapado en lo más recóndito de tu vida
privada o que tú descubras que, para tu pareja, tú ya no eres el hombre de su
vida, sino que lo es un señor con mucha mejor pinta que tú, con el que ella salía de un hotel
cuando la vieron unos amigos que pasaban por la acera de enfrente.
Es muy delicado no llegar a final de mes para pagar la
cascada de cargos bancarios del día uno, o que te digan que estás afectado por
un expediente de regulación de empleo cuando ya tienes más canas que pelo negro,
o que un exceso verbal en una tertulia de amigos te lleva a arrepentirte de lo
que has dicho casi al tiempo de pronunciar la última sílaba.
Imaginen o recuerden ustedes esos momentos que han vivido y
que podrían meter en su propia saca de asuntos delicados. Seguro que la lista
sería muy extensa.
A mí, hoy, me ha venido a la cabeza que quedarse sin argumentos aceptables es un
asunto delicado, mucho, tanto si nos afecta individual como colectivamente.
Cuando ocurre esto último, que como grupo nos quedamos sin argumentos, me digo que
el asunto, además de delicado, puede convertirse en peliagudo, es decir, que es
difícil de resolver y también de entender.
Y esta deriva intelectual me ha llevado al escenario en el
que vivo desde hace ya veintiocho años. Cataluña, si amigos lectores, un asunto
muy peliagudo que encaja al milímetro en los moldes de las cosas que cuesta
entender o resolver. Y lo peor es que a medida pasa el tiempo, este asunto
tiene cada vez peor aspecto.
Nací en Bilbao, crecí en Madrid, me moví por España y tres
continentes y llegué a Barcelona en 1989. Cuando hablaba con amigos y colegas
acerca de mi nuevo destino, muchos me decían que los catalanes eran especiales
y muy suyos, e incluso alguno ponía un gesto pesimista y escéptico como diciendo “Que no te pase nada
Javier”.
Y la verdad es que no me ha pasado nada…bueno, me han pasado
muchas cosas, como a cualquiera con una vida mínimamente interesante, pero he
conseguido sobrevivir a los catalanes y ser muy feliz entre ellos, porque
aunque son catalanes, han resultado ser personas fáciles de tratar y comprender,
porque tienen historia y cultura propia
y porque están muy viajados. A su manera, pero parecido a mis paisanos vascos,
a los gallegos o a los mallorquines y valencianos que, como Cataluña, fueron
creciendo en la corona de Aragón.
Pero ya ven como está el “asunto” catalán, más delicado cada
día y sin visos de que los ánimos se serenen porque nadie quiere colgar un tiempo–no olvidar- sus principios
inamovibles en el perchero y sentarse a hablar para saber qué es lo que nos
está pasando, yendo a la raíz y no quedándose en las ramas.
Los grandes acuerdos, no me refiero sólo a los históricos,
sino a los de la vida en general, se han
sostenido sobre el sabor agridulce de la renuncia de una parte de aquello que
soñábamos y de la placidez y el sosiego de saber que, al día siguiente,
recordarás ese gran problema que durante mucho tiempo te ha quitado el sueño
como una pesadilla pasada.
Si, es muy simple pero muy difícil, se trata de la generosidad,
cualidad que me parece que no figura en los decálogos patrióticos ni en los
códigos que marcan el camino de los
políticos a los que se les eriza la piel de emociones que a poco que se
descuidan, les llevan a la rabia, al rencor y al odio.
Si. Un asunto delicado.
Javier ZULOAGA
No hay comentarios:
Publicar un comentario