Hoy he escuchado en televisión que se cumplen 90 años de la
botadura, en Cádiz, del buque-escuela Juan Sebastián Elcano, cuyo nombre
homenajea al ilustre vasco de Guetaria que –navegando a vela- demostró que la
Tierra era redonda. Creo que los de mi generación, los anteriores y también no
pocos posteriores, memorizamos el nombre de Elcano en un segundo nivel al de
Cristóbal Colón. Este último, seguramente sin proponérselo, demostró a quienes
les financiaron que las Indias estaban más allá de los territorios americanos que
descubrió, mientras que el primero puso sobre el tapete que no había muchas
explicaciones posibles para entender que
si tú comienzas a navegar desde Cádiz hacia el Oeste, sólo puedes
regresar al mismo puerto desde el Este si la tierra es redonda. De cajón ahora,
no tan sencillo entonces, sobre todo de explicar.
Cuando he oído y leído lo del 90 aniversario del buque
escuela, he rescatado de mis recuerdos la visita que hice al buque-escuela, en
Buenos Aires, en 1982. Trabajaba entonces en la Agencia Efe y, desde que llegué
a Argentina, acudía, cada mes, a recoger el artículo que don Claudio Sánchez
Albornoz, historiador, ministro de La República y exiliado, me entregaba en
mano en su casa-despacho-biblioteca de la calle Anchorena, junto a la Avenida
de Santa Fe. Lo hacía cada mes para que pudiéramos ofrecerlo a los cuatro
vientos de la cultura hispanohablante. Eran los grandes años de Luis María
Ansón como Presidente de Efe.
Me llamó por teléfono y me propuso que pasara a buscarle por su casa y acudir juntos a la recepción que
la Embajada de España en Argentina –de acuerdo con el capitán del
barco/escuela- ofrecía en el puerto a última hora de la tarde. Allí
estuve, como un clavo.
Cuando bajamos del coche y vio aquel barco que fue botado
antes de la Segunda República de la que él mismo fue ministro, don Claudio, 89
años, se quitó el sombrero de ala ancha europea –no caribeña- y dejó caer unas
lágrimas. Yo, treintañero entonces, trataba de no olvidar nada de lo que estaba
viendo porque era irrepetible.
Aquel personaje, humanista y político, me sacaba más de cincuenta
años, pero parecía que la repetición de nuestros encuentros, la confianza y el
buen rollo como ahora decimos, habían limado algo las diferencias de tiempos
vividos. Pero no, estaba acompañando a un personaje que no era cualquier cosa.
Y así fue, porque cuando llegamos al arranque de la pasarela del barco, don
Claudio se echó la mano al bolsillo y sacó un generoso pañuelo para repasarse
la nariz y de paso las lágrimas que no conseguía disimular. Después agarró su sombrero,
se lo colocó sobre el corazón e hizo una muy discreta reverencia a aquella
bandera de la que, desde su
condición de republicano, había sido enemigo ideológico a raíz de la Guerra
Civil.
Sánchez Albornoz, hasta su marcha al exilio, fue un defensor
de la Republica desde posturas propias de los hombres ilustrados, sin estridencias
que no le hacían falta porque había dedicado su vida a la historia, lo cual se le notaba.
El último recuerdo que tengo de él, ya que poco después regresó
a España y se instaló en Ávila, fue una carta manuscrita, que tengo por algún
lugar, en la que comentándome mi inquietud por el interminable infierno del
terrorismo de mi tierra, me decía que tal vez habría que pensar que los vascos,
en el fondo, éramos “bárbaros sin romanizar”. Seguro que me lo decía desde su
larga visión de lo que había vivido y protagonizado… puede que tuviera razón,
lo cual implicaba que el asunto no tenía más remedio que dejar pasar el tiempo,
como así ha sido al menos para dejar de vivir en el sobresalto y sobre todo
porque hablaba una persona que había dedicado su vida a la historia, ejercido
como catedrático en Barcelona, Valladolid y Madrid, antes de meterse en el fregado de la política que le
llevó, muchos años después, a ejercer la Presidencia de la República en el
exilio, desde Argentina, entre 1962 y 1970.
Hoy tendría 124 años y no sé cómo andaría para ocuparse de
los problemas domésticos de aquella España que tanto quería, dos siglos después
de su nacimiento en Ávila, como Santa Teresa, aunque sus biografías fueran bien
distintas aunque tal vez no su gran cabeza.
¿Qué hubiera pensado sobre lo que ocurre ahora en Cataluña?,
me he preguntado, en ocasiones, en los últimos años. ¿Cuál es nuestro problema?
Puede el lector buscar a través de Google y ver de qué
manera don Claudio ponía en valor el papel histórico y cultural de Cataluña en
el global de España. No quiero seleccionar yo porque las epidermis están muy
sensibles, pero en cualquier caso el asunto no va de bárbaros, porque por estas
tierras han pasado muchos siglos y muchas gentes, no sólo las que ahora hacen
más ruido.
Javier ZULOAGA
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