Hasta esta mañana andaba bastante errático acerca de cuál
sería el contenido de este artículo mensual. En los últimos tiempos he hecho
buenos ejercicios de funambulismo intelectual, tratando de escribir mis
pensamientos sobre fundamentos constructivos y sobre todo, ahí es nada, sin que
nadie se diera por aludido. Ni para bien, ni para mal.
Cuando, hace mucho tiempo y para ganarme un sueldo, tenía
que escribir una noticia, o un artículo de prensa, un editorial o un reportaje,
contaba lo que veía, sin cargar las tintas en mis pensamientos, tratando de
reflejar lo que estaba ocurriendo. El buen periodista, se decía entonces, ha de
abstraerse de sus ideas cuando traslada la actualidad a sus lectores. Trabajé
en una agencia durante ocho años y en los diarios en los que fui director,
aunque con más licencias, el asunto debía ir por caminos parecidos.
Pensar de forma sesuda, era algo que estaba reservado para
las plumas brillantes, para las viejas glorias de mi profesión que sabían más porque
eran viejas o porque llevaban
incontables años diciendo qué significaba y escondía lo que estaba pasando.
De aquellos esquemas tan simples hemos llegado a un
periodismo que cada vez más gente confunde con lo que se dice en las redes sociales…
(periodismo, comunicación, información, periodista, community manager…ufff).
Muchas veces me he preguntado en qué acabará todo esto cuando leo, con tanta
nostalgia como con preocupación, que los monolitos intocables del periodismo impreso
del mundo civilizado están temblando como consecuencia de que sus balances y
cuentas de resultados no cuadran y sobre todo porque asistimos, así lo veo yo,
a un cambio del cultura para enterarse de las cosas.
La gente, además abrir su corazón cuando ven como el Cholo
Simeone hace hervir la sangre de sus jugadores y de quienes les vimos en el
último partido de la Liga –esta mañana Iñaki Gabilondo decía que hay que buscar
Simeones para otras cosas más complicadas- anda bastante desesperada.
Y así lo he visto este mediodía cuando he bajado a Barcelona.
He tomado el metro de la línea verde, la que une la Universidad con el Valle de
Hebrón pasando por el Paralelo y subiendo por Las Ramblas y el Paseo de Gracia y me he encontrado con la leyenda que un
grafitero que no conozco ha escrito con su espray en una de las ventanas del vagón en el que viajaba con mi mujer.
“Pensamos demasiado, sentimos muy poco”. Y la verdad es que
me he quedado descolocado, pensando que a lo mejor mi amigo desconocido tiene
buena parte de razón.
Puede que en el mundo de los debates profundos, a fuerza de
tanto leer y tanto darle vueltas a las ideas, no estemos dejando espacio a los
sentimientos. Me ha dejado pensativo, como le habrá ocurrido,
seguramente, a muchas personas que hoy se habrán detenido ante los trazos rápidos de una frase que con
toda seguridad ha sido escrita con el corazón.
Javier ZULOAGA
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