En un mundo tan trascendental, complejo, contradictorio,
injusto, duro e implacable (añadan ustedes sus propios calificativos) como el
que vivimos, las cosas menudas y las pequeñas historias cobran a veces una dimensión
más justa. Así, dos películas sobre lo que pasó en dos restaurantes, uno
americano y otro francés, o dos libros que relatan las desventuras de unos jóvenes
alemanes y una francesa ciega durante los años treinta en el arranque de la
Alemania nazi y la segunda gran guerra, pueden ocupar, en nuestra atención, el
espacio que solemos reservar para las grandes producciones cinematográficas y los
títulos de mayor difusión de la industria editorial.
A mí me ha pasado al ver las comedias estadounidenses Chef y Un viaje de diez metros,
que cuentan las desventuras de un ambicioso cocinero norteamericano que cae en
desgracia y descubre la grandeza de lo más sencillo, hablo de la primera,
mientras que la segunda, que ocurre en Francia, sitúa al espectador en un plano
bastante surrealista en el que una familia llegada de Bombay decide salir
adelante abriendo un restaurante hindú situado -así lo ha querido el guionista-
frente a un elitista establecimiento galo que espera que su segunda estrella
Michelín le llegue como caída del cielo.
Al apagar el televisor me fui a la cama con sensaciones
diferentes a las que acostumbro a tener cuando acaban las películas más
taquilleras y disfrutas con los papelones de las grandes estrellas
cinematográficas. Ni mejores ni peores, sino simplemente distintas, bastante más
serenas, sin entusiasmos, pero con mis pensamientos diciéndome que esas historias de segunda división
comercial merecen mucho la pena. Pocos platós, contados efectos especiales por
no decir ninguno y bastante, mucho talento de quienes han trabajado en la película.
Y al día siguiente, como ahora hago, comienzo a recomendar lo que he visto a
quienes están cerca de mí hasta que alguien me dice que ya se lo había
comentado el día anterior.
Con los libros, aunque bastante distinto, me ha pasado otro
tanto en los últimos meses al leer La
luz que no puedes ver , del norteamericano Anthony Doerr, Pulitzer 2015, que
cuenta los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial a través de dos
protagonistas muy secundarios en el conflicto, una joven ciega refugiada en la
bretona Saint Maló y un adolescente alemán al que los nazis sacan de un
orfanato para sumergirle, sin éxito, en
la locura colectiva de aquel momento.
En Hermanos
de sangre de Ernst Haffner se detalla la vida trágica de unos jóvenes
alemanes que sobrevivían en el Berlín entre las dos grandes guerras. La obra,
que ha estado encerrada en un cajón desde que los nazis impidieron su
publicación tras hacer desaparecer al autor, es un canto a la amistad en un
entorno de miseria. Grandeza humana en un mundo de desastre.
Estas dos obras, junto con Nos vemos allá arriba
, del francés Pierre Lemaitre, premio Goncourt 2014, me han regalado una visión
de las guerras europeas que en parte ya tenía, pero que no había tenido ocasión
de ver desde la gran sensibilidad de estos escritores.
Por ello creo, tras darle esta pensada a lo de mis películas
y a lo de los libros que he leído, que no está nada mal que haya quien se detenga
y convierta en grandes esas pequeñas historias sobre personajes que podemos
encontrar en la calle cada día, o desentrañe, al escribir sobre ellos, los
últimos capilares de los grandes desastres de la humanidad y podamos así tomarles
la auténtica medida, más allá de lo que
cuentan los libros de historia, que apenas se detienen en las minucias más interesantes.
Javier ZULOAGA
1 comentario:
Moltes gràcies Javier per aquestes recomanacions. En el cas de la pel.lícula "Un viaje de diez metros" a banda de fer-te canviar la manera de veure les coses t'ho passes bé perquè conté escenes molt divertides.
Lídia
Biblioteca de l'Escala
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